Alturas de Parque Central
…subir todos los
escalones del aire hasta el vacío,
rascar la entraña hasta
tocar el hombre.
De un poema de Pablo Neruda.
¿Cuántos
segundos toma estrellar el pecho
contra el suelo desde un piso 33?
33 no es un número al azar o casual,
sin
embargo, una vez en el asfalto resultará prescindible.
1
Al
borde de una ventana abierta apoyé mis dudas,
mis miedos, mis
verdades,
dejé
correr el aire frío entre mis piernas,
miré
al horizonte y no sentí nada, no había nada allí,
miré
el fondo gris y encontré mi arribo, mi estación.
Proyecté
la caída e imaginé todo lo que estaría pensando
una
vez que mi cuerpo fuera presa de la gravedad,
pensé
si moriría antes de caer al suelo,
si
perdería la conciencia o entendería el universo
antes
de impactar con el cielo.
Imaginé
que pensaría en mi madre, en el viejo,
en
los amores de copas, de cama y de cajón,
en
los hijos bastardos, en los enemigos, los amigos,
Imaginé
que pensaría en mí.
Brevemente
indagué sobre lo que llevó a Paul Celan,
Hemingway,
Quiroga, Monroe, a mi tío ciego, burlar la vida,
Desprenderse
de ella, fugarse de todo.
Sin
embargo, ningún cuento, ningún poema, ni siquiera
Una
indescifrable historia contestó mi duda.
2
Por
otra parte en el marco de acero,
Intenté
calcular el segundo en que me arrepentiría,
en
el que ya no habría vuelta atrás
Y
sin embargo me sentiría resucitado,
vivo y libre,
Cuando
realmente segundo a segundo
me
precipitara a la muerte.
Porque
en el aire no eres más que un mango
atraído
por las manos de un niño,
solo
que en mi caso no hay brazos que atajen mi indiferencia.
Respiré
varias veces antes del descenso,
fumé
al menos dos cigarrillos
que
la brisa consumía rápidamente,
Jamás
volteé a la habitación, que observaba en silencio,
Procuré
temblar lo menos posible y escapar al exterior,
3
Asomé
el rostro agredido por el viento,
la
altura produce en mi un encanto único,
como
una droga que relaja los músculos,
como
perder la cabeza teniéndola puesta,
como
ese instante místico en que uno se desmaya,
desvanece, flaquea,
pierde,
como
extraviarse en sus propias venas inyectadas de anestesia.
Nunca
oí las voces que me impidieron hacerlo,
los
gritos lastimeros o el llanto impotente,
nunca
sentí el jalón, el abrazo que resguardara mi locura,
Tampoco
esperé a que algo de eso ocurriese.
Por lo que procuré
levantar mucho mis brazos, estiré las
piernas,
mientras
todo el miedo se concentraba en mis rodillas,
me
balancee en la cornisa sobre ninguna duda,
respiré
hondo para soltar mis manos,
en un instante ya
no pertenecía, abrí los ojos...
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