Queda pendiente.
“Si de algo he renegado es de la indiferencia.”
De un poema de Oliverio Girondo.
Gracias por venir:
— Resulta
que caminaba por esta esquina en Altagracia,
Para encontrarme con ella, con su escote,
Con su aire ingenuo, distraído...
Con las notas sueltas de su pelo,
Aunque solo llevase puesto un
jean claro y una blusa.
Pasamos por la máquina que
detecta metales y mentiras,
Lo
cierto es que en ningún caso sonó.
Había un sol intenso que
penetraba el tragaluz sin piedad,
Un amarillo insoportable que
aclaraba las hojas con su reflejo,
En el medio una fuente que otrora
lavó las manos de nobles y esclavos,
Al rededor, habitaciones tan
amplias como mis pensamientos,
Lámparas inglesas del siglo XVII
y una pequeña cama dentro
Sobre la cual mentí diciendo que
había pertenecido a Simón Bolívar,
Cuando realmente era donde se
echaba su perro.
Pasamos al fondo de un jardín
escaso de marihuana,
Pero de abundantes mangos verdes
y rojos.
Corrí la silla para ella, aunque
apreció el gesto colocando solo su cartera
Sentándose al frente de mis manos
inquietas y mi camisa de rayas azules,
Arremangadas de sinceridad.
Arremangadas de sinceridad.
— Quizás
deba, no lo sé, saltarme el pabellón parado que pedimos,
El papelón un poco más frío que
sus palabras y en cierto modo
[las mías.
||| Quizás debamos obviar el hecho concreto de que comimos,
Con
parsimonia, con silencio hambriento,
La
mirada en las caraotas y éstas entre los dientes.
— Mejor
sigamos, el postre era mi especialidad aquel día:
Me agrada que vinieses, con tu voz
de sirena y tus labios finos,
Tenía que verte en un estado en
el que tú y yo
[Recordáramos
las cosas que suceden,
Como aquella vez sobre la que
hablamos de la teoría universal del café
Y la falta de honestidad e
indecisión de las personas
Que se avergüenzan de pedir un
café con leche y nos obligan a distinguir
Entre
claros y oscuros]
Tenía que decirte que hasta ese
entonces,
Tu nombre era solo un nombre y tu
sonrisa, lo único bueno de aquel día.
Decirte, que siento mucho los
ratos incómodos,
Los chocolates viajeros, dulces
fantasmas de caprichos ingenuos.
En parte es por eso que estás
sentada hoy acá,
Quizás no por las razones
adecuadas pero si las convenientes,
Lo importante es que estás y
aprovecho para halagarte una vez más,
Verte con lujuria los labios,
asomarme en tu imprudente escote,
Que me desquicia...
Pero vale la pena continuar, recordar
aquellos episodios,
Como la penosa escena en que le
di las gracias al cajero automático,
Como si esperara que me dijera "de nada" con un billete del negro primero.
Con tu brazo en el mío te reíste
diciendo: “le diste las gracias al cajero”
Cuanta vergüenza en tiempo
record.
Pero resumamos el esto y el
aquello, el aquí y allá,
Tiziano Ferro, besos de cocuy, los
examores de cajón,
Las verdades a medias, las
mentiras vencidas,
y las
palabras...
En todo caso, las
palabras sinceras
Que condujeron hora y media por
Caracas,
Vueltas en círculo por San
Martín, paradas para besarnos
[y otra vez
al ruedo.
Entre las
tres y las cuatro de la madrugada,
Preguntas
absurdas que iban y venían,
Ganas y
desganas, te bajas, te quedas, duermes, despiertas,
Respuestas
esquivas, infieles, sin emoción o rabia.
Más besos
en dos meses de patético cortejo y admirable indiferencia.
Porque la
costumbre se acopló a tu amor como un andamio,
Te acostumbraste
en [d]efecto, te aferraste al confort,
A tu
bicicleta con rueditas de entrenamiento que tanta [in]seguridad te generan.
Pudiendo
haber aprendido a andar sin ellas, arriesgar futuras e inciertas caídas,
Sabiendo que ya te has aproximado
al fondo en el sitio que estás.
— Ella,
¿qué dijo?
— Esperé
durante unos segundos que abriera la boca,
Que me espetara con cruel desdén
cada respuesta,
Cada comentario comprimido en
pastillas azules:
Resulta, que soy una mujer
complicada, una mujer incompleta,
Como un lobo estepario, un sueño
sin sangre, una pesadilla.
Tengo un corazón entero que
pertenece a un cometa,
Un viajero de bares y fondas, a
veces está y otras no,
Sin embargo, su presencia me
reconforta, me llena el resto,
Los huesos, las muelas, completa
el aire en mis pulmones.
Agradezco, agradecer es una
cortesía con escaza sinceridad.
Quizás, mejor, gracias...Gracias
por los intercambios de miradas,
De saliva, de risas y asco, de
pocas palabras, de mucha alegría,
Estarás ahí a mí alrededor, lo
sé.
Como el astro que me calienta de
día hasta que llega la noche,
Y entonces busco la luna,
El claro de luna que alumbra los
huertos de zanahorias,
Entonces ya no me hacen faltas
los conejos pomposos
En
donde a veces deseo apoyar mi cabeza.
— Es
decir, ¿eso es todo? ¿Se dijeron todas esas cosas?
— Sí
es todo, solo que aún no nos lo hemos dicho.
Me levanté del sitio donde nunca estuve,
Reforcé el nudo de una corbata que nunca usé,
Dejé en un cenicero la propina de un mequetrefe que no
conocí,
Caminé con mis zapatos marrones, aunque me sentía descalzo,
Salí a través del tragaluz que nunca vi, expulsado de mí
mismo,
Inconsciente de todo lo que hay adentro de esa casa y ese
cuerpo
Que nunca habito.
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